Y, encima, quiere que le pague

LUIS FELIPE CALDERÓN MONCLOA

Bill Gates quiere ganar más. Saturnino, el operario, quiere ganar más. Yo quiero ganar más. Y todos, todos, tenemos derecho a querer ganar más, no importa cuánto tengamos ya.
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«En nuestro país se ha logrado lavarle el cerebro a trabajadores y ejecutivos haciéndoles creer que desear ganar más (y cambiarse de empresa buscando una situación laboral mejor) es un acto inmoral y una traición a la lealtad debida a «su» empresa.»

Que nuestros trabajadores quieran ganar más y que nuestros ejecutivos y accionistas quieran ganar más, no solo es legítimo sino que, además, es un síntoma de salud mental. Lo contrario significaría que nuestros trabajadores (y ejecutivos y accionistas) se conviertan en unos fracasados sin esperanza. Y ya sabemos cómo le va a una empresa llena de fracasados sin esperanza. ¿O no?

Entonces, la cuestión de fondo no es si deben querer ganar más o no. La pregunta clave es: ¿qué hacen y qué están dispuestos a hacer para lograrlo? Excluyendo los caminos vedados por la legalidad, y simplificando el asunto al extremo, solo quedan dos caminos para que alguien gane más:

1. Crear valor de modo que tanto la tajada de accionistas, ejecutivos y trabajadores sea cada vez más grande, sin generar mayores externalidades negativas para ninguno de los demás stakeholders (clientes, medio ambiente, sociedad, etc.).

Este es el camino al desarrollo, a través de la innovación y la competitividad; con beneficios individuales y colectivos, donde ganan accionistas, gerentes, empleados y la sociedad.

2. Obtener utilidades para ti sin crear valor, haciendo que los demás stakeholders pierdan en el proceso, usurpando parte de su tajada.

Lamentablemente la segunda opción se ha hecho más popular desde que el «liberalismo» rapaz decidió destruir el capitalismo en nombre del capitalismo. Al grito de guerra de «lo único que cuenta es the bottom line» se han ido quitado casi todas las restricciones y regulaciones que el propio capitalismo se había impuesto y que permitió su expansión y su éxito.

Aunque en el discurso de empresarios y gerentes, el largo plazo y el bien de los trabajadores, los clientes y la sociedad, siguen siendo reiterativos, suelen ser solo palabras vacías ya que cada vez más los gerentes son presionados para que solo se enfoquen en metas visibles y de corto plazo.

Las ventas al 31 de este mes son su obsesión y las utilidades al 31 de diciembre son el único y miope «largo plazo» que se les impone y el «¿qué pasa después?» se responde con un mediocre «no te preocupes, eso ya lo arreglamos en enero». ¿Y cómo se define el «éxito» al 31 de este mes y al 31 de diciembre? Solo se mira the bottom line como sí «haber tenido utilidades» fuese sinónimo perfecto de «haber creado riqueza».

¿Si los accionistas reciben utilidades significa que se genera valor?

Esta visión simplona es inadmisible en empresarios y gerentes, peor si tienen estudios de postgrado. En el capitalismo ideal la obtención de utilidades solo es producto de la generación de riqueza. Ojalá este fuera el caso de la gran mayoría de empresas peruanas. Pero no: la vía más fácil y subdesarrollada es obtener utilidades incluso destruyendo valor, mientras alguno de los stakeholders se apropia (roba) del valor generado por los demás.

Una de las tantas formas para usurpar el valor de otro stakeholder son los sueldos ínfimos, la ausencia de derechos sociales y las horas extras no pagadas. Al final del período the bottom line mostrará cifras en azul y habrá reparto de utilidades a los accionistas (y bonos a los gerentes por su «éxito») pero ello a costa de tener trabajadores con una bajísima capacidad adquisitiva, laborando extensas jornadas y sin protección social. ¡Lo que, aunque usted no lo sepa, es inadmisible en el capitalismo!

En nuestro país se ha logrado lavarle el cerebro a trabajadores y ejecutivos haciéndoles creer que desear ganar más (y cambiarse de empresa buscando una situación laboral mejor) es un acto inmoral y una traición a la lealtad debida a «su» empresa. Por ejemplo, muchos programas de comunicación interna pretenden disminuir la rotación de personal, no por darles una mejor calidad laboral, sino por un lavado de cerebro a través de esos «valores».

Enfocarnos en estos falsos valores -y obtener utilidades robando valor de otros stakeholders- no solo es lo que nos mantiene como país pobre sino que evita que las empresas se esfuercen en desarrollar su capacidad de innovación y su competitividad, reproduciéndose el círculo de pobreza y subdesarrollo.

¿Qué se debe hacer, entonces, para afrontar la mentalidad cortoplacista que predomina en muchas empresas?

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